Semana Santa. Los conocidos que te encuentras en un
comercio, la ferretería por ejemplo, o en la calle, porque las calles
habitualmente vacías son en estas fechas transitadas por una insaciable marea
de urbanitas revenidos (de ida y vuelta, quiero decir). Esos conocidos te dicen:
–¿Tú eres X? ¡Cualquiera te conoce!
Hay que sonreír. Y según la gracia que nos hagan soltar la
agudeza.
–Tengo días en los que me parezco más, hoy la
caracterización me habrá quedado un poco floja.
No te escuchan. Prosiguen con el análisis.
No te escuchan. Prosiguen con el análisis.
–Pero tú nunca has estado tan delgado.
¿Delgado? Habrán querido decir que siempre he estado más
gordo. No sé qué contestar. Pero es de buena educación explicar las cosas, y
también ser breves. Ambas cosas son difíciles de conjugar. Lo intento, y sale
lo que sale. Explico en un chispazo que tengo un menisco roto, que los médicos
me han arrojado a la fosa común, y que tal vez adelgazando pueda acabar
prescindiendo de las piernas.
Noto que me miran con mayor intensidad, a punto de lanzar
quizá algún diagnóstico más grave sobre mi estado mental. Ese momento de duda
lo aprovecho para alejarme cojeando. Sin la chulería de la que hacen gala los cojos
de nacimiento, sino modestamente, como conviene a los que hemos ganado nuestra
cojera con esfuerzo y espíritu de sacrificio, con el sudor de la frente, como
suele decirse.
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