domingo, 14 de junio de 2015

Plátanos negros.

(Reflexiones dislocadas e irónicas de un padre a la hora del desayuno delante de un frutero.)
De nuevo amontonados en el frutero unos cuantos plátanos con la cáscara negra. Pasados. ¿Cuántas veces ha visto repetida la maniobra? El niño o la niña no quieren fruta, pero saben que esa declaración frontal  chocaría contra la reglamentaria dieta que deben seguir los niños y las niñas. Por tanto si hay peras, manzanas o naranjas, a la hora de la fruta, preguntan: "¿no hay plátanos?" Es tremendo que en la casa no haya plátanos, la fruta que a él o a ella le gusta. Generalmente basta con que se entreabra esta puerta al victimismo tramposo, un truco tan utilizado hoy día para reivindicarse, (y del que siempre se saca agua por muy  gastados y viejos que estén los arcaduces del artefacto) para que se acabe produciendo un empate técnico: el niño no comerá fruta para compensar el fallo, el descuido, de que no haya plátanos, precisamente la fruta que a ellos más les gusta. 
Para la siguiente comida ya habrá plátanos en el frutero. Quizá desaparezcan del racimo una o dos piezas, como le faltan al que tiene allí delante. El resto quedarán en el frutero ennegreciéndose hasta que vayan al cubo de la basura. Cuando el niño tiene plátanos a su disposición, decide comer yogurt, o comer fruta en otro formato, por ejemplo, el trozo de guinda que traen como adorno algunas galletas.
Si eres un reaccionario y mal padre, la segunda vez que los plátanos se ponen negros en el frutero, decides no comprar más plátanos con lo que el hijo obtendrá el doble placer de no comer fruta y de sentirse una víctima crucificada, con certificado de calidad. Si eres un padre consentidor (¿tolerante?) seguirás tirando plátanos a la basura de por vida y tu hijo tendrá que seguir fingiendo que le gusta la fruta y será un ser sin futuro. Sin un expediente de agravios que le avale, su vida tendrá una tonalidad muy tibia, le faltará combustible. Y más vale que aprenda a disimular entre los de su cuerda, ya que si llega a saberse que es un ser comprendido, se convertirá en un auténtico apestado.
¿Por qué todas las tendencias pedagógicas y educativas siguen esta tendencia del padre lacayo? Tal vez se crea, y esto es lo que se pregona, que este método tiene como finalidad suprimir de la vida humana la mayor cantidad de infelicidad posible (como si un buen berrinche no proporcionase un excelente y satisfactorio momento de placer), pero no es así. Son los mercados que también mandan en esto. O la sociedad de consumo que se decía antes, cuando la palabra mercado significaba civilización y no carroñerismo, depredación, o todos los demás baldones que la patrulla mediática le ha tirado encima.
El padre reaccionario que dejara de comprar plátanos se convertiría en un obstáculo en la dinámica del comercio. Pues como consecuencia de su negativa el hijo no tendría que fingir que le gusta la fruta, podría ser él mismo, él en su más pura autenticidad, algo con lo que los adolescentes (esta adolescencia indefinida y transversal que en nuestro mundo infiltra tantas edades)  disfrutan como monos, y además podría presentar credenciales de perseguido e incomprendido, que es el súmmum de la realización personal. Estos adolescentes que se sienten realizados al sufrir la incomprensión de sus padres necesitan menos mercancías para sobrellevar sus vidas que los adolescentes frustrados por comprendidos, a los que hay que consolar con subproductos que sustituyan el odio a su progenitor y el jugo de autenticidad que produce la conciencia, tanto da si real o inventada, de sentirse marginados.
Por lo que se refiere a los padres consentidores, desde el preciso momento en que intentan huir de la infelicidad con estos procedimientos tan equivocados, se les queda incorporado ese sistema de drenaje y suelen llevar existencias basadas en ortopedias muy caras: alcohol, bricolage, turismo, actividades reivindicativas de todas las injusticias mundiales,cirugía estética, pasiones hipocondríacas, coleccionismo etc.
La sociedad necesita este tipo de educación. Por eso saca del arsenal los calificativos más gruesos a la hora de neutralizar a los padres que no se atienen a la didáctica programada. La sobreabundancia de mercancías y la necesidad de consumo respaldan este procedimiento educativo. Nuestras sociedades, supuestamente ricas, son sólo artilugios donde el dinero se mueve mucho para que lo parezcan.
No es por casualidad que en las sociedades pobres, si es que puede decirse que lo son aquellas donde no hay esta necesidad compulsiva de consumir, se dé poca o nula cabida a estos postulados educativos de la "tonterancia” y surja con extraordinaria naturalidad el padre espartano.
Y aquí se le acabó el café a este padre  madrugador, y también las ganas de seguir dando palos de ciego a cuento de aquellos plátanos tan negros. Aunque, con una ligera sonrisa en los labios, aún tuvo espacio para pensar (ninguna locomotora frena en seco) que había oído decir alguna vez que el plátano era la única fruta que no podía licuarse, a la que no podía extraérsele el zumo. Puede que eso ocurra cuando se emplean métodos científicos poco eficaces, y no este método de los palos de ciego, que tan buenos resultados le ha traído a la humanidad desde el principio de los tiempos. Y ya con esto, definitivamente, el padre reflexionador abandonó la cocina llamado por obligaciones de categoría menos escurridiza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario